El grado es, como muchos dirían, y no sin razón, ese gran desconocido.
Lo vimos venir antes de que se implantara en nuestras universidades y, todos, unos más y otros menos, nos posicionamos a favor o en contra en función de las ventajas y las desventajas que aquel nuevo plan de estudios nos podía ofrecer. La realidad es que es ahora cuando hay que pararse a pensar qué nos está ofreciendo el tan polémico Plan Bolonia: sólo ahora, con el grado ya implantado en las universidades, podemos analizar y plantearnos la eficacia real de esta nueva metodología en las aulas.
Así pues, lo que pretendemos en las siguientes líneas es poder llegar a una conclusión sobre la cuestión siguiente: el Plan Bolonia, entendiéndolo tal y como se está aplicando en nuestras aulas… ¿Es algo que nos beneficia o que, por el contrario, se está aplicando de tal manera que nos perjudica?
Sin duda alguna cada cual tendrá su opinión al respecto, pero todos debemos ser capaces de reconocer los aciertos y desaciertos que supone este nuevo plan de estudios para con nuestro sistema de formación. Nuestra intención no es la de relacionar uno a uno los pros o los contras que se puedan atribuir al Plan Bolonia, sino más bien encontrar y analizar cuáles son las ventajas y las desventajas del grado en función de su modo de aplicación en nuestras aulas.
Una de las mayores ventajas que puede tener el grado, si no la mayor, es que concibe el aprendizaje y la formación como algo práctico; como algo que debe trascender de la teoría y lo puramente memorístico. La esencia del grado no está en que el alumno salga exitoso de un examen, sino en que éste profundice en los conocimientos adquiridos para que persistan a lo largo del tiempo; para que no sean conocimientos efímeros y temporales que puedan olvidarse tras la fecha de un examen. Esta nueva manera de concebir el aprendizaje, así como el hecho de enfocarlo a una metodología que pretende (y de momento, sólo pretende) ser más práctica que teórica, fomenta la motivación del alumno y recupera la idea de que la formación es la riqueza más humilde que puede tener la persona: el aprendizaje, es decir, la adquisición de nuevos conocimientos, realiza y debe realizar a la persona, pues de lo contrario el tiempo dedicado al estudio pierde todo su sentido. Ese es, sin duda alguna, bajo mi punto de vista, el gran avance y el gran logro que supone el grado: el intentar cambiar de mentalidad; el intentar pasar de lo teórico a lo práctico; el intentar pasar de lo temporal a lo permanente; el crecer y enriquecer a la persona en la medida en que ésta lo pretenda.
Sin embargo, y como bien decía al principio, el grado es ese gran desconocido. Alumnos, docentes y órganos de facultad: Todos somos nuevos en esto del grado. Por ese mismo motivo, y con el fin de que los que vengan después puedan encontrarse todos los cabos bien atados, cabe dedicar las siguientes líneas a la reflexión; al cómo se ha implantado el Plan Bolonia en nuestra universidad y al qué se puede hacer para intentar mejorar su funcionamiento.
Lejos de querer retomar las tan recurrentes críticas relativas a la privatización de la universidad, al detrimento de la calidad de la enseñanza, etc., y pretendiendo ser objetiva con la situación que nos encontramos cada día al entrar por la puerta de la facultad, cabe decir que el grado, a día de hoy, se está aplicando con ciertos desajustes que no dan al alumno toda la seguridad que se debiera.
El gran problema del grado se resume en una sola palabra: tiempo.
Es tiempo lo que le falta al alumno para poder adquirir todas las competencias que en la carrera se pretenden. Vuelve a ser tiempo lo que se necesita cuando el alumno debe (o quiere) trabajar para poder cumplir con sus obligaciones o, simplemente, para poder costearse sus caprichos. Y, por último, es tiempo lo que le vuelve a faltar al alumno para poder relacionarse con su familia, sus amigos o su pareja, o simplemente, para dedicárselo al ocio o a sí mismo. El grado necesita que el alumno done todo su tiempo al estudio y a la dedicación: estando en clase, se está faenando; pero es que estando en casa, se debe seguir faenando. A veces requiere tiempo que ni siquiera existe… Porque es físicamente imposible vivir 25 horas cada día.
Y tiempo es, precisamente, lo que no se organiza como se debiera antes de empezar el curso académico. Al final acabamos perdiendo el tiempo por haberlo perdido otros antes.
Parece que nos aboquemos hacia un proceso de deseducación, más que de educación: si lo que realmente pretende el grado es que nos organicemos, que nos responsabilicemos tanto de lo que hacemos como de lo que no hacemos, no tiene sentido hacer la mayoría de cosas que hacemos. El hecho de pasar lista, de pedir deberes, de hacer trabajos grupales…
¡Oh! ¡Perdón! He debido equivocarme… ¿La universidad? ¿Dónde queda? ¡Pero si es que de repente hemos vuelto al instituto!
No se nos puede pedir organización si no van a seguirse al pie de la letra las guías docentes. No se nos puede pedir responsabilidad si los métodos van a ser más desmotivadores que motivadores. Es tan contradictorio como contraproducente: si lo que van a valorar en mi persona va a ser que asista a clase, o que entregue un trabajo que probablemente nadie lea después, en lugar de atender a los conocimientos reales que yo pueda ir adquiriendo, no me merece la pena ir más allá; asisto a clase, entrego el trabajo, y punto. Si los métodos de evaluación van a ser capaces de limitar mi interés por la materia, es que no son buenos métodos, y en realidad podría plantearse el método de evaluación continua de mil maneras distintas, a cada cual más efectiva. Tenemos recursos más que suficientes para ello: sólo nos queda ponerlos en práctica.
En relación con esto último debo señalar y remarcar el gran problema de incompatibilidad que supone el choque de la vida universitaria con la vida laboral: tales exigencias conlleva el grado que es imposible tener un contrato de 8 horas, e incluso de 4 a veces, y estudiar a la vez. Y sinceramente, yo, personalmente, no acabo de entender el porqué de tanto conflicto. Como bien decía, hay medios más que suficientes para poder llevar el seguimiento de un alumno sin necesidad de que éste pase 20 horas semanales en un aula. El seguimiento virtual, el compromiso individual, los materiales bibliotecarios… todos son elementos que contribuyen a la formación del alumno sin necesidad de asistir a las clases magistrales. Si lo que el grado valora es la adquisición de conocimientos continuada, y ese alumno es capaz de desempeñarla… ¿qué importará que pueda o no asistir a clase? Es más, seguramente le tenga que dedicar incluso el doble de tiempo a desarrollar la tarea, ¿Por qué hay que desmerecer el esfuerzo de esa persona?
Por otra parte cabe decir que, si bien no la mayoría, pero sí una gran parte de los alumnos que asisten a clase, van obligados por el Plan Bolonia, pues de lo contrario, probablemente, más de uno se quedaría en casa, se iría a trabajar, o donde tuviera por conveniente. Ésta es una realidad que perjudica más que beneficia a los realmente interesados en asistir a esas clases magistrales que se imparten. ¿Cabe tener en consideración a esos alumnos más que a los que trabajan simplemente porque han podido firmar una hoja? A mi modo de ver, no es nada razonable. Por último, también existe la modalidad de los alumnos que asisten a clase nadie sabe para qué: ni atienden, ni molestan; simplemente están ahí. De nuevo me ratifico en lo anteriormente expuesto.
Y todo se reduce a lo que venía diciendo al principio: todos somos nuevos en esto del grado. En este sentido, todos y cada uno de nosotros, tanto alumnos como profesores, procuramos adaptarnos lo mejor que podemos al nuevo plan de estudios. Nosotros, desde el pupitre, somos quiénes vemos los avances y mejoras que se van intentando hacer y, por suerte o por desgracia, las diferencias metodológicas entre áreas, sin querer hacer referencia en ningún momento a la libertad de cátedra, sino más bien a los aspectos formales de la metodología, son más bien dispares. No obstante, hay en quiénes se ven esas ganas de innovar cuanto a forma de evaluar se refiere y ese esfuerzo, al final, siempre hay que tenerlo en cuenta.
Aún así sigue habiendo errores cuyo origen se desprende de una falta de responsabilidad difícil de esconder. Me refiero a cómo empezaron a rodar las clases este año, especialmente en la facultad de económicas, o a cómo se desarrolló el problema que hubo con las matrículas de tantísimos alumnos: cambios de turno sin notificar, dudas sin resolver, grupos sin asignar… Ese episodio es, en realidad, lo último que queremos volver a ver el año que viene. De hecho, ha sido tanto el enfado por esas causas en el corriente curso, que dudo mucho que se dé pie a que se repita en el curso siguiente.
Y estando ya encauzado el tema de la organización, cabe hacer alguna referencia al modo de organizar los horarios. Bien es cierto, y como ya trataré después también, que tales horarios se establecen atendiendo a un procedimiento reglado, pero… ¿lograremos que los horarios se hagan a gusto de todos algún año? Además, es cierta (tanto como incomprensible) la afirmación de que hay materias que conllevan una gran carga de trabajo y que, inexplicablemente, tienen menos horas de docencia que otras que pueden suponer no tanto trabajo. El resultado de tal maquinaria es la necesidad de fijar horas fuera de los horarios oficiales para poder realizar el seguimiento de la materia tal y como se prevé en la guía docente. Y esta misma realidad, desgraciadamente, nos la hemos tenido que encontrar alguna que otra vez para fijar exámenes parciales. Cómo bien decíamos al principio, el problema del grado es la falta de tiempo…
Y es la falta de tiempo también la que determina que nuestro plan de estudios se organice al revés: ¿Cómo es posible que las asignaturas correspondientes al antiguo 5º curso de licenciatura, se impartan ahora en el 1r curso del grado? ¿No supone eso desvirtuar el contenido de la materia? ¿Y cómo es posible dar determinadas materias que requieren de conocimientos previos, sin haber adquirido previamente esos conocimientos porque el plan de estudios los prevé para el año posterior? Definitivamente, hay muchas cosas que encajar aún para dejar bien atados todos los cabos.
Otro de los asuntos que trae de cabeza a la mayoría de alumnos es el qué pasará el curso siguiente: no nos sentimos nada cómodos con las expectativas que se nos dan. Si bien es cierto que estamos en el corriente mes de marzo de 2011, también lo es que quedan menos de cuatro meses para tener que volver a matricularse de las asignaturas del año que viene, y a fecha de hoy, aún se están haciendo sondeos para ver qué y cómo se va a tener que llevar a cabo el último curso del grado. “Vuestro plan de estudios prevé que en 4º curso de carrera os decantéis por uno de los cinco itinerarios que se establecen… No obstante estamos planteándonos la posibilidad de juntarlos todos y bifurcarlos sólo en dos ramas: la pública y la privada ¿qué os parece?” nos dicen. ¿Qué seguridad puede darle al alumno que le pregunten eso en el segundo cuatrimestre, a nada y menos de tener que matricularse de nuevo? Más bien pocas.
Y lo que realmente tememos es que vuelva a suceder lo que pasó el año anterior: el hecho de que las clases empiecen con semanas de retraso por falta de organización es algo que, no sólo nos indigna y nos enfada, sino que también nos deja en muy mala posición. Esta vez han sido los que están al otro lado del pupitre los que lo han dejado todo para el último momento y, como bien nos dicen nuestros docentes, estudiando bajo presión y sin tiempo de antelación, se llega al 5 apurado.
A todo lo dicho cabe añadir que la universidad es, y así debe seguir siendo, una de las grandes oportunidades que tiene la persona para formarse: cursos, seminarios, conferencias, jornadas… De todos los colores y de todas las maneras: los centros universitarios públicos (esto es, abiertos a todo el mundo) ofertan constantemente diversidad de herramientas y de recursos útiles para la enseñanza en diversos ámbitos.
En relación con lo anterior, diré que nosotros, los estudiantes del grado, debemos velar por nuestra formación y, por ese mismo motivo, no podemos olvidar que el Plan Bolonia ha supuesto un recorte de un año académico: adquirir en 4 años los conocimientos que venían impartiéndose en 5, deviene imposible. Al son de lo dicho, y en términos coloquiales, los estudiantes del grado necesitamos “inflar” nuestros curriculums. Esto supone la impartición de cursos adicionales, la asistencia a conferencias extraordinarias y la participación en los múltiples eventos que puedan darse.
Como venía diciendo, la universidad pone a nuestra disposición todo ese tipo de formación que, por llamarlo de alguna manera, es formación extra: son conocimientos ajenos a los que el propio plan de estudios establece como necesarios y obligatorios. Sin embargo, se plantea un problema con todo este asunto al que nos venimos refiriendo.
El problema es la imposibilidad de asistir y participar en los eventos que organiza la facultad: la recurrente obligatoriedad de la asistencia a clase priva al alumno de la posibilidad de realizar distintas actividades extraordinarias que, lejos de que puedan tener relación, o no, con lo previsto en su plan de estudios, bien contribuyen a su formación. ¿No deberían desdoblarse o multiplicarse tales ofertas educativas con el fin de que todos tengamos la posibilidad de asistir? ¿No deberíamos llegar a la conclusión de que para que esas herramientas sean todo lo eficaces que pretenden ser deberían darse por partida doble, ofertándose en múltiples turnos entre los que el interesado pudiera elegir cuál le conviene más para con sus obligaciones rutinarias?
A todo eso cabe añadir que es evidente el menoscabo que supone en nuestra formación el recorte de un año académico, del mismo modo en que se evidencia nuestra preocupación por ser la primera promoción de graduados, en vez de licenciados. Somos, en cierta manera, y como siempre hemos dicho y seguiremos diciendo, los conejillos de indias.
No obstante, el tiempo, en el sentido en que nos hemos referido a él líneas atrás, no es el único elemento que dificulta el óptimo funcionamiento de la universidad. Y ¿quién determina cómo debe funcionar la universidad? Sus órganos.
Si bien es cierto que no conocemos otro sistema de coordinación que el que se nos impone desde el principio, que es el jerárquicamente vertical, también lo es que pocos o menos alumnos se sienten representados por los órganos que, teóricamente, cumplen con esa función. La mayoría de los alumnos no participamos de lo que ocurre en esos órganos de gestión y funcionamiento y, en realidad, sería interesante que todos lo hiciéramos o que, por lo menos, pudiéramos hacerlo, pues en ellos se discuten cosas tan trascendentales y de interés común como pueden serlo los horarios, la elaboración de las guías docentes o las fechas oficiales de los exámenes.
Este hecho, esta realidad, es algo que ha creado cierta indignación y desconfianza hacia los órganos de la universidad: dado que nunca llueve a gusto de todos, y no todos podemos participar de esas reuniones, siempre va a haber alguien descontento con las decisiones que se tomen.
No obstante, tal desconfianza se incrementa con la sospecha de que múltiples eventos organizados por la universidad, y más concretamente, por la delegación (sin ánimo de ofender), nunca llegan a todos los estudiantes, sino que se quedan en el círculo de compañeros de quiénes integran esos órganos. Aún así, que las redes sociales no son un sitio de publicación oficial, y menos para hacer llegar los eventos organizados por la universidad pública a todos sus estudiantes, debería tenerse más que asumido. Con todo lo dicho, podemos concluir con el secreto a voces de que la mayoría de los estudiantes universitarios no se sienten representados por los órganos que dicen desempeñar esta función.
Y hasta aquí llegan mis valoraciones, pero no sin antes terminar tal como empecé:
El grado es, como muchos dirían, y no sin razón, ese gran desconocido.
Se han desecho de la esencia del universitario.
ResponderEliminarAhora son solo chicxs de instituto, que van a otro instituto, con más gente.
El universitario ya no crece y se responsabiliza el mismo para sacarse la carrera. Pudiendo elegir entre ir a clase o no, por ejemplo. Está obligado a ir, como al colegio, a dedicar todo su tiempo a mil "deberes".
A mí, personalmente, y claramente, este sistema me parece una mierda.
Y eso, que solo lo vivo en tercera persona.
Mira, despues de este tiempo en Dublin, y por lo que me han contado de experiencias vividas con el grado en España, me parece que en España, una vez mas se estan haciendo las cosas mal y rapido.
ResponderEliminarEstamos intentando cambiar a la sociedad en un espcio de tiempo muy corto, en apenas 30 años hemos pasado de no tener nada a tenerlo todo, y ahora, con la educacion hemos topado.
Aqui en Dublin, como en los paises europeos, se imparten los estudios de grado. Es decir, los alumnos tienen sus cuatro años de carrera, y despues, continuar con su postgrado en la misma universidad. Los horarios de clases son horarios muy reducidos, apenas llega a una hora de clase por asignatura, y como mucho, tienes dos clases por semana de dicha asignatura y algun que otro tutorial que ayuda a descargar la parte mas practica de las asignaturas. Es decir, que el horario de un alumno europeo puede reducirse tan solo a entre 10 y 15 horas de clase por semana. Y por supuesto, la asistencia es voluntaria, a no ser que tengas trabajos que entregar o cosas que presentar.
De esa manera, el alumno tiene tiempo para relacionarse con los amigos, ir al gimnasio, involucrarse en las sociedades de la univiersidad, organizar fiestas y espectaculos, asi como semanas tematicas.
Ademas, llegada la mitad del semestre se dispone de la reeding week. Una semana que la mayoria de alumnos dedican para descansar, salir y tratar de ponerse al dia para terminar el semestre con los deberes hechos.
Que diferencia esto de España? Muy sencillo...en España no nos gusta que nos inpongan las cosas, que nos obliguen a ir a clase o a tener las tareas hechas en un determinado momento del tiempo. Ademas, no estamos acostumbrados a tener disversas cosas que hacer durante el dia y nos solemos ahogar en un vaso de agua.
Mucho menos, querria mencionar la poca implicacion por parte de muchos de nosotros, que nos gustan las cosas hechas y organizadas sin necesidad de poner de nuestra parte.
Tampoco favorece nada, que una universidad disponga de un campus totalmente disperso en el que los alumnos de diferentes carreras esten situados en diferentes lugares de la ciudad. Donde a quedado el empaparse del ambiente universitario? de la diversidad de carreras y no relacionarte solo con los de tu facultad? Donde queda compartir otras cosas que no sea el aula como puede ser una sociedad de fotografia, de musica, de deportes, etc.?
Lo dicho, queremos las cosas faciles y hechas. Pero no nos gustan que nos las impongan. Luego, en algo nos estamos contradiciendo a nosotros mismos, y es sin duda en eso donde reside el principal problema del grado en España. Nos estan intentado cambiar de la mentalidad de me rasco el higo hasta la semana antes del examen y despues estudio y parece que he aprendido algo. Conclusion: examen aprobado, la salud del alumno y la mente echa una patata, y conocimientos adquiridos igual a 0 o en un breve periodo de tiempo -1.
Luego, creo que todos deberiamos poner de nuestra parte, y tratar de cambiar la mentalidad. Quizas dejar de ser en ocasiones tan victimistas y ser mas critico con nosotros mismos. De esta manera, se daran cuenta de que realmente el alumnado no es un redil de ovejas sino un grupo de entusiastas con ideas y en vista de nuevas oportunidades. Será entonces cuando dejaran de manejarnos a su antojo y quizas podamos llegar a la estabilidad que hace falta en el sistema educativo español.
Yo solo digo: De que me vale tanta unificacion europea de los planes de etsudio, facultades y escuelas, si ni siquiera me puedo ir de erasmus, porque como mucho me convalidan dos asignaturas, y es en suecia???? eh! Bolonia fail
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