viernes, 20 de enero de 2012

La Era.

 


Guardemos 72 minutos de silencio por el retorno de la censura.
Por el cese de la libertad de información.
Por la prohibición de acceso a la cultura.

"Ha llegado el 2012", dicen muchos.
El fin del mundo. Dicen otros.

Lo cierto es que siempre nos quedará aquella canción de Megaupload. 
Siempre, o por lo menos, hasta el día que decidan censurarla. 

Yo, lo que es yo, empiezo a sentirme muy triste.


Y lo más triste es que esto hará que se levante gente que estuvo sentada cuando peores catástrofes acometían contra la existencia. 


Gracias Lamar Smith.
Y gracias también al FBI, aunque bien podría haberse quedado en las pantallas de Hollywood. 

Empiezan los tiempos de la guerra cibernética, y yo, por irme preparando y que no me pille desprevenida, me he apoderado de un libro de ofimática para mejorar mis conocimientos sobre el Office 97.
La revolución va a dejar de estar en las calles por momentos. Puede que ya esté en las rosetas de todos y cada uno de nosotros.

Sea como sea, se avecinan tiempos de cambio.

sábado, 14 de enero de 2012

R.I.P


No es el crítico, sino la crítica, lo que a todos nos remueve.
No es el cuerpo, sino la mente.
No eres tú, sino la idea.

Poco queda de todo eso.
La crítica deja paso a los críticos.
Bueno, no.
Los críticos han matado a la crítica.
La mente ha dejado paso a los mismos de siempre.
Las ideas han desaparecido.

Ya sólo nos queda la misma mierda de siempre.
Y que no vengan a vendernos la moto, porque ya no es lo que era.
Han vuelto los protagonismos.
La misma "lucha" de siempre. La que dicen que está en las calles.
La que llevan defendiendo desde hace siglos.

Pasados de moda, irracionales e incongruentes.
No queda más que acordarse con nostalgia de aquellos tiempos felices.
De aquellos días en que todos nos ilusionamos.
En que todos fuimos juntos.

Hoy, por el recuerdo de aquel 15-M.
De aquella #SpanishRevolution de la que ya no queda nada.


miércoles, 11 de enero de 2012

Sobre las predicciones impredecibles

A decir verdad, no creo ser una persona que sepa demasiado de economía pura. Mis conocimientos en la materia son más bien escasos y, aunque siempre haya querido profundizar en ellos, lo cierto es que nunca he encontrado el momento. No obstante, no significa eso que me desentienda o me desinterese de los constantes episodios que la economía protagoniza en los telediarios, aún más en los tiempos de crisis, y aún más cuando nos movemos en un ámbito internacional, pues creo que en la actualidad todo gira en torno a ese gran pilar central que es la economía de carácter internacional: el libre mercado, el capitalismo, la globalización… A día de hoy son los motores que mueven el mundo y, por ese mismo motivo, procuro estar enterada de lo que ocurre día a día.

No obstante, es complicado para una persona como yo, que no tiene apenas conocimientos económicos, entender lo que se nos plantea a diario en los medios de comunicación: caídas y subidas del IBEX (¿de qué?), primas de riesgo, eurobonos, Merkozys… Por ese mismo motivo, y por el interés y la curiosidad que el otro día despertó en mí una noticia, me he visto obligada a indagar sobre todas esas cuestiones tan comentadas en la actualidad: la política y la economía se confunden, una vez más, para tratar de salvar el mundo, como si de dos superhéroes se trataran.

Lo cierto es que más les vale poder hacerlo, porque si en algún momento se cumplen las más catastrofistas, pero no improbables, predicciones… tendremos un problema. Y todo esto viene a raíz de la noticia de 30 de noviembre de 2011, de El País, cuyo titular predicaba, “Las empresas preparan planes de emergencia para la ruptura del euro”: ¿¡Ruptura del Euro!?

Ahora mismo, considerando el nivel de integración que se ha consolidado en la Unión Europea, no digamos ya si lo focalizamos en el panorama económico, es complicado imaginar que pueda darse un escenario como el que tal titular predica, pero, en realidad ¿es tan complicado como parece? ¿Qué ha pasado en Grecia? ¿Qué ha pasado en Irlanda y Portugal? Y por último, ¿qué está pasando en España y en Italia?

A mi parecer, todo viene indicando que, si no se toman las medidas necesarias de forma inminente (cuya determinación dejo a manos de los economistas), la espiral de endeudamiento público que ha calado en Europa pasará de ser algo periférico, a ser algo central. No tengo ni idea de qué medidas pueden o deben tomarse para mitigar en Europa los efectos de la crisis mundial, pero lo cierto es que si Francia y Alemania dieran su brazo a torcer con las reformas que se han propuesto hasta el momento… algo se haría, quiero creer. Claro que, eso es algo que creo desde España ya que, tal vez, si tuviera que estar redactando este mismo trabajo desde Frankfurt, Munich o Berlín, otro gallo cantaría. 

No obstante, y antes de seguir con mi relato, tengo que pararme a pensar sobre la posibilidad de que alguien se planteara en algún momento, con anterioridad a la crisis, por supuesto, el posible hundimiento del euro. Según la noticia que he citado anteriormente, hay contratos anteriores a la entrada del euro que preveían conversiones para adaptarse a la moneda comunitaria cuando entrara en vigor pero, por el contrario, no hay uno solo que previera que la misma podía desaparecer. Esto me hace entender que el euro fue integrado en todo momento con optimismo y con la confianza de que su curso legal no iba a suponer más que mejoras para la economía europea. Paradójicamente, la realidad, a día de hoy, parece indicar todo lo contrario. No soy capaz de atisbar cómo se estaría viviendo esta crisis si cada Estado hubiera mantenido la moneda que circulaba con anterioridad al euro pero, lo cierto es que, tal vez, y tal como estamos viviendo, al euro le faltó prever que podía darse la situación por la que estamos pasando y, por lo tanto, le faltó prever mecanismos de salvaguarda del valor de la moneda como los que se están procurando adoptar actualmente, a “correprisas”, con perdón de la expresión.  Me estoy refiriendo al Banco Central Europeo, y a la potestad que no tiene para emitir deuda comunitaria de forma conjunta, pero en ello me detendré más adelante.

Personalmente creo que no hubiera estado de más prever tales instrumentos, aunque sólo se hubieran adoptado por prevención, ya que la implantación del Euro, volviendo a los primeros años del siglo XXI, y bajo mi humilde punto de vista, no iba a ser todo ventajas y, mucho menos iba a ser un camino de rosas para aquellos países cuya moneda valía mucho menos que el euro: si el valor del euro iba a ser el mismo para todos los países, pero las monedas que circulaban en la zona euro, en el momento de la conversión, no tenían, ni mucho menos, el mismo valor, era de prever la respectiva inflación o deflación que vivirían esos Estados al implantar la moneda comunitaria. Por aquellos tiempos, yo cumplía mis escasos y felices 11 años pero, de haber tenido algo de juicio, imagino que hubiera defendido una posición contraria a la adopción del Euro: independientemente de las mejoras que pudiera suponer a nivel comunitario, por evitar las conversiones de moneda y los gastos que eso pudiera conllevar, nada garantizaba que la inflación en España fuera evitable.

Todos recordamos, con más o menos alegría, aquellos tiempos en que la ecuación “1€ = 166’386 ptas.” era el pan de cada día. ¡Quién hubiera dicho que esa ecuación iba a terminar por ser “1€ = 100 ptas.”! El resultado: una inflación del 66%. Era imposible sobrellevar holgadamente la situación cuando la única cosa que no había visto incrementado su valor eran los salarios: si antes podía comprar 3, y obtener beneficios de 3; ahora podría comprar 2, y obtener beneficios de 2. En realidad, creo que comprender cómo funciona la economía debe ser algo más simple de lo que parece, ya que se basa en principios de lógica y sentido común aunque, en ocasiones, y tal y como dice el dicho, “el sentido común es el menos común de los sentidos”. No obstante, creo que la economía se basa en un sistema de retroalimentación que, tontamente, podríamos caracterizar de la siguiente manera: si no hay dinero, no hay consumo; si no hay consumo, no hay beneficios; si no hay beneficios, no hay trabajo (y esto deben de entenderlo los casi 5 millones de parados que tenemos en España, mejor que nadie); y si no hay trabajo, no hay dinero: ni para el Estado, ni para los empleadores, ni para los empleados. Llegados a este punto, el ciclo descrito vuelve a empezar. Estamos inmersos en un círculo vicioso del que sólo se puede salir mediante una inyección de dinero, o mediante un cambio de 180º de nuestros presupuestos generales: como bien decía al principio, todo gira en torno a la economía. 

Así pues, creo que la actual crisis está castigando a todos aquellos países que, con más o menos intensidad, sufrieron una inflación como consecuencia de la implantación del euro. Alemania, país pudiente por excelencia de la Unión Europea, y Francia, que le sigue de cerca, me reafirman: por todos es bien sabido que la crisis mundial no está afectando a estos dos países, ni por asomo, como lo está haciendo en los países periféricos. Personalmente, creo que su situación actual de desahogo podría estar estrechamente relacionada con la deflación por la que pasaron ambas economías en el momento de implantar el euro: si bien es cierto que el euro encareció los productos en España, también lo es que en el núcleo europeo pasó todo lo contrario. 

No obstante, y pese a que ellos se enriquecieran con la conversión, lo cierto es que nosotros empobrecimos y, parece ser, así seguiremos haciéndolo hasta que los más pudientes inviertan en reformas que supongan un sosiego general europeo y que reactiven la economía comunitaria. La cuestión es, que si estas medidas no se adoptan de forma inmediata, las situaciones de insolvencia que se están viviendo en los países de la periferia, acabarán arrastrando también, y por desgracia, a la economía francoalemana que es, por decirlo de alguna manera, nuestra salvación. Si esto ocurriera, que por ahora no parece del todo improbable, el euro estaría condenado, irremediablemente, a la desaparición: adiós al proceso económico de integración. Eso supondría dar un paso agigantado hacia atrás: no sólo por el detrimento económico que supondría para los Estados miembros, sino también por el fracaso que supondría eso para la Unión Europea. Europa es el ejemplo a seguir en todos los sistemas regionales del mundo; es el sistema regional de integración por excelencia; el que mayores logros ha alcanzado, y no sólo en el plano económico, sino en todos sus sentidos. Ese es motivo más que suficiente para que Merkel y Sarkozy, o Merkozy, como se les viene llamando últimamente,  adopten ya las medidas que se consideren oportunas para cambiar el rumbo de la economía europea que, dicho sea de paso, influye de buena gana en el balance de las economías extranjeras como consecuencia del libre mercado.

Por suerte o por desgracia, la suerte de Europa depende de los Merkozys o, más concretamente, de la canciller alemana, pues, con independencia de que los países maltrechos ansíen las reformas que permitan salvaguardar sus economías, lo cierto es que sólo Alemania tiene la potestad de decidir qué es lo que más conviene a Europa: cualesquiera que sean las medidas que se adopten, van a repercutir sobre la economía alemana y, por lo tanto, es necesario que Merkel dé su brazo a torcer para que las mismas puedan llevarse a cabo. No obstante, si la misma no quisiera acceder a tales medidas, pronto se vería arrastrada a nuestra misma suerte así que, de un modo u otro, Alemania va a tener que involucrarse en la causa tarde o temprano. Al fin y al cabo, el valor de la moneda no puede depender exclusivamente de la actividad de un solo Estado, sino que en él repercuten las actividades del conjunto de países de la zona euro que, actualmente, y como puede desprenderse de la actualidad, se encuentra algo perjudicada.

Así, y en relación con lo que veníamos diciendo, desde hace un tiempo viene planteándose la posibilidad de crear los eurobonos, que no son más que un instrumento de deuda pública por el que se reconoce al Banco Central Europeo la facultad de emitir deuda comunitaria.  De este modo, la deuda de los Estados periféricos dejaría de ser propia e interna, para pasar a ser común de todos los Estados. En este sentido, Merkel tiene motivos más que suficientes para no querer que se adopte este mercado de deuda común, pues si bien es cierto que Alemania actualmente tiene una deuda pública incomparable con la que tienen los Estados afectados, también lo es que por este mecanismo del eurobono, la deuda pública de los Estados, que al fin y al cabo es una deuda interna de cada uno de ellos, pasaría a ser de titularidad europea. Es evidente que Alemania no quiere asumir como suya, ni siquiera en la medida de cotitular comunitaria, la deuda de los demás Estados miembros, pues de la mala gestión o de la mala suerte que haya podido correr cada uno de ellos debe responsabilizarse él mismo: hay una gran diferencia entre tener una deuda pública aceptable, y tener que asumir la deuda de tus convecinos que están arruinados hasta las trancas. No obstante, sí que parece lógico que, de una misma moneda, deba existir un mercado de deuda pública común. Esperemos que la canciller alemana se mueva por los sentidos de la cooperación internacional y la solidaridad en el momento de tomar su decisión.

Merkel también argumenta en contra de la adopción de los eurobonos la supresión de las primas de riesgo que eso conllevaría. En relación con lo dicho, debo hacer un inciso para reconocer que me ha costado trabajo entender qué son las subidas y bajadas de la prima de riesgo pues, pese a escucharlo cada día en el noticiario, hasta ahora no creo haber entendido a qué se referían, si es que por fin he decidido entenderlo, que tampoco apostaría yo demasiado por ello. Con esto quiero decir que en ocasiones la actualidad se nos presenta de forma incomprensible, debiendo de acompañar esa información que recibimos de un esfuerzo intelectual que pocos estamos dispuestos a hacer: parece que a los guionistas/redactores se les olvida a quién van dirigidas sus informaciones, pues más que destinarse a un público de cultura general media, parece que vayan dirigidas a un público especialista en la materia, con independencia de que también haya especialistas que puedan acudir a esas fuentes para mantenerse informados. Lo que vengo a criticar es que hay muchas personas interesadas por estas cuestiones, entre las que me encuentro, que no pueden, o no podemos, comprender estas noticias porque no se redactan de una manera que sea accesible para todo el mundo, sino que requieren de un conocimiento previo y del manejo de unos tecnicismos que, por uno u otro motivo, no todos podemos tener. Es una cuestión que me molesta.

Cerrado este paréntesis, no sé si acabo de entender porqué a Merkel le molesta que se supriman las primas de riesgo, quiero decir, sí pero no. Según he entendido, la prima de riesgo de un Estado en concreto guarda una relación directa con el tipo de interés al que los inversores compran la deuda pública: se compara el tipo de interés de la deuda pública en cuestión con el tipo de interés alemán, que es el más bajo en Europa dado la buena salud de la que goza su economía. Esta comparación debe hacerse para determinar, por una parte, la rentabilidad que le supone al inversor comprar deuda pública y, por otra parte, para saber el riesgo que conlleva para el Estado la emisión de la deuda. En este sentido, es evidente que, cuanto mayor sea el tipo de interés, más atractivo se le hará al interesado invertir en deuda pública, pues sólo en tal medida se verá incrementada su rentabilidad. En contraposición, al Estado va a interesarle pactar el tipo de interés más bajo posible, pues es la manera más eficaz de amortizar al máximo las inversiones. No obstante, si la deuda sigue creciendo, al Estado no le queda más remedio que subir el tipo de interés de la emisión de su deuda pública para atraer al mayor número de inversores posible.

Entiendo que a Merkel pueda suponerle un problema el que los Estados pierdan ese incentivo de cara a los inversores para que los mismos sigan comprando deuda pública o, al menos, eso es lo único que se me ocurre a mí que le pueda preocupar  pero, en realidad, si yo me pusiera en la piel de una de esas inversionistas cazadora de deudas públicas, desconfiaría de un Estado cuya prima de riesgo, cuyo tipo de interés, no hace más que subir como consecuencia de su cada vez mayor endeudamiento, pues nada me garantizaría el crédito al vencer el plazo de la letra. Así pues, y pese a que se pierdan las primas de riesgo con los respectivos atractivos que suponen a los inversores, puede ganarse en confianza que, pese a que suene a algo inmaterial, idílico o irrelevante, a la larga puede salir rentable a la economía europea.

Con todo, por el momento, mi máxima preocupación es la que se ocupa de este tiempo transitorio en que, ni se adoptan las medidas ni se dejan de discutir, pues la deuda española sigue creciendo sin que parezca que pueda cambiar de suerte. Tal vez en el momento en que se adopten las reformas de los Merkozys, que en aras de la cooperación internacional, esperemos que sea lo antes posible, la situación cambie notablemente pero, mientras tanto, cada uno debe subsistir y mantenerse a flote como mejor se pueda. Esto en España se traduce en el hecho de que son los propios entes bancarios los que están invirtiendo en deuda pública, con la consecuente imposibilidad de financiar a las empresas o a los comercios que realmente pueden ayudar al Estado a generar beneficios. ¿Significa esto que se están malgastando recursos?

No. Significa esto que, tal y como dijo un profesor al que admiro, hemos levantado una fortaleza tan grande, que ni somos capaces de destruirla, ni somos capaces de mantenerla. Sea como sea, queda confiar en que vendrán tiempos mejores.