Irán es un país del que sabemos más bien poco. En realidad, pocos son (entre los que me incluyo en cierto modo, y por desgracia) los que conocen cosas tan básicas como lo son su ubicación geográfica, su moneda o su idioma; por no hablar de su evolución histórica, de su situación política actual, o de su Ley.
Hace tres años fui agraciada con el hecho de poder asistir a una conferencia de Derecho iraní. Se impartió como algo obligatorio para los alumnos de la asignatura de Derecho comparado: Puff.. Genial, qué peñazo –pensé. En realidad, no me parecía nada interesante el tener que acudir a aquella cita obligatoriamente y, sin embargo, aquél ponente cambió mi manera de ver las cosas a grosso modo.
Empezó hablándonos de la Revolución de 1979, de cómo el pueblo iraní fue capaz de hacer huir al Sha para instaurar la República Democrática de Irán; bueno, perdón, “democrática”.
¿Nos va sonando ya el asunto?
Pero… ¿Qué pasó después de esa Revolución? La verdad es que fue un gran logro para los iranís –bueno, para los iranís que secundaron la Revolución, claro, para los otros sería un fastidio…-, pero… ¿y luego?
Irán sigue estando dónde estaba, no se ha movido de su sitio: sigue formando parte de los países de Oriente Medio, pero ¡ojo!, que eso puede significar muchas cosas.
La charla de aquel jurista iraní me sirvió para darme cuenta de que siempre, absolutamente siempre, los prejuicios se nos adelantan: nuestra mente inconsciente siempre va con ventaja respecto a la consciente. Y cuando quieres darte cuenta, ya está todo encasillado.
Ocurre al hablar de Estados Unidos, ocurre el hablar de Europa, ocurre incluso al hablar de los romanos (¿o acaso algún no estudioso de cultura clásica es capaz de imaginárselos tan avanzados como decían?: No, todxs, absolutamente todxs, nos los imaginamos con esas estúpidas plumas en la cabeza, esas sandalias y esos escudos redondos). Los prejuicios siempre están presentes, y más al hablar de países sureños o de Oriente Medio. Parece que cuánto más al sur esté el país del que hablamos, más subdesarrollado, perdón, “en proceso de desarrollo” (eufemismos de los cojones), esté. Lo mismo ocurre con los países de Oriente Medio: como Estados Unidos les ha declarado la guerra a todos, y todos ellos lapidan a los homosexuales por sus conductas inmorales, todos deben ser metidos en el mismo saco.
Pues bien, NO. Bendito el día que escuché hablar a aquel señor.
Nos habló de cómo la Sharia (la ley musulmana, que no islámica) sigue persistiendo en el Estado iraní. Para información de los no estudiosos del derecho, la Ley y la Religión siempre deben ir separadas para mayor garantía del sistema judicial (y no para mayor garantía, sino para poder tener garantía alguna, por mínima que sea: ¿os imagináis que nuestro Derecho fuera el que predica la Biblia? Aunque, en realidad, alguna que otra reminiscencia queda… Tiempo). Pues bien, en Irán, como en muchos otros Estados (y no es necesario pensar sólo en países islámicos), Religión y Ley siguen siendo lo mismo, con todo lo que eso conlleva.
Se castiga duramente el adulterio, el consumir alcohol, la desobediencia de la mujer al esposo, el ser homosexual, el robo… Lapidaciones, azotes, amputación de miembros, pena de muerte. Todo está permitido. Incluso se castigan conductas que la Sharia no pena por el simple hecho de parecer inmorales… Al final, la Religión se interpreta cómo a cada cual le interesa, porque… al final, ¿qué Sura del Corán era la que permitía pegar a la mujer? ¡Ah, no! Calla, que tal Sura no existe en el Corán…
Es verdad que ha habido reformas, pero… ¿cuál era su fundamento? ¿Era realmente el de mejorar la situación del pueblo iraní? ¿O más bien eran “remiendos” para lograr el visto bueno de la comunidad internacional? De hecho… ¿de qué habrán servido esas reformas a efectos prácticos? Ni idea. Maldito desconocimiento.
Y sin embargo… Pocas o menos veces nos planteamos qué piensan los musulmanes de su ley, de su Sharia. Los metemos a todos en el mismo saco: “estos musulmanes… ¡están todos locos!” que solemos decir… Yo, personalmente, no sé qué se pensará a lo largo de todo Oriente, pero… el inconformismo y el miedo, y sobre todo el miedo, existen en todo el planeta. De cuántos activistas nos hablaría aquel iraní… De cuántas revoluciones más frustradas… De cuánto odio hacia el Poder, de cuánta impotencia hacia la realidad, de cuánto miedo hacia el vivir: Ganas de cambiar las cosas no faltaban. Nos transmitió la angustia del pueblo iraní… pero… y ¿qué? Miedo a vivir.
Porque la realidad es, que si nosotros, países “desarrollados”, tenemos los medios para autogobernarnos democráticamente y sin tener que acudir a la fuerza (o por lo menos, eso es lo que nos venden, porque la realidad, tristemente, es otra bien diferente), ¿qué tienen ellos? ¿Cómo lo han logrado?
El levantamiento en Oriente, según nos contaba aquel buen hombre, es algo casi impensable: “tienen potestad para decidir sobre tu vida del mismo modo en que decidirían qué ropa ponerse”. Por mucho que la gente esté descontenta con lo que tiene, con su Gobierno, con su sistema, con su Ley… ¿qué pueden hacer para cambiar eso? Son pocos, poquísimos, los que se sienten cómodos con lo que impera el país. Y como suele ocurrir la mayoría de veces, será por destino o mala suerte, son precisamente esos pocos los que mandan. Son las chabolas de los demás las que reflejan en sus palacios de cristal, ¿qué hay de malo en eso?
El Miedo es el control.
Pero no sólo allí: Aquí también impera el Miedo. Es el método de control más barato y efectivo. ¡Felicidades a todxs aquellos que supieron llevarlo a la práctica! Menudos jefes, ¿eh? Pero la represión allí no tiene nada que ver con la que podamos tener aquí…
Por ello, y por todo lo que pueda venir después, aplaudo la lucha de los pueblos.
Por todos aquellos que murieron cambiando el mundo a su manera.
¡VIVA LA LUCHA DE LOS PUEBLOS!
¡VISCA LA LLUITA DELS POBLES!